Relatos cortos de terror. Nº6 "Mala conciencia" · El libro más leido

Relatos cortos de terror. Nº6 "Mala conciencia"

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(1) 09/04/2014 12:33h

Mala conciencia.

La Dra. Beatriz Poveda directora jefe de la unidad de inspección médica del distrito de Chamberí, continuaba trabajando fuera de su horario laboral como venía siendo costumbre desde hacía meses.

Se desperezo en su sillón de cuero y miró a través de la ventana de su despacho, estaba anocheciendo.

En un acto reflejo, giro la cabeza de un lado a otro provocando que su rostro gesticulara una mueca de dolor. La tensión acumulada en sus cervicales había acabado con el poco sentido del humor que le quedaba.

Echo un vistazo rápido a su agenda y dio un pequeño respingo al comprobar que uno de los asuntos pendientes que tenía que resolver antes de regresar a casa, era el encargar en la pastelería del barrio, una tarta de cumpleaños para la celebración de su hija pequeña; Marta.

Observó la foto de familia que tenia sobre la mesa del despacho. En ella, se mostraba la imagen de las tres personas más importantes de su vida, su marido; Pedro. Y sus dos hijas Anna de 8 años y Marta, a punto de cumplir los 4. Como pasaba el tiempo,—pensó— pareciera que fuera ayer mismo cuando las tenía entre sus brazos. 
Una huidiza lagrima resbalo por su mejilla al recordar los buenos momentos.

De pronto, un ruido proveniente del pasillo la sustrajo de sus pensamientos. Miró hacia el origen del sonido y pudo ver a través de los cristales opacos del despacho una sombra que caminaba hacia la puerta de salida, imaginó que se trataría del último paciente abandonando el edificio. Parecía que el final del día había resultado bastante estresante para todos los que trabajaban allí.

Poco a poco la oscuridad hizo acto de presencia en el habitáculo.
La Dra. Poveda encendió una lámpara colocada sobre la mesa y comenzó a recoger. Comprobó la hora en su reloj de muñeca, marcaba las 20.30. Respiro profundamente y colocó los expedientes de los pacientes que la habían visitado ese día por orden alfabético. Después, tomo su abrigo y su bolso y salió a la calle dispuesta a llegar a casa lo antes posible.

Una ráfaga de viento la recibió nada más cruzar la puerta de salida. Se subió el cuello de la gabardina  y dirigió sus pasos ligeros hacia el parking en el que había estacionado el vehículo por falta de sitio en la calle.

El eco de sus pisadas se escuchaba en el aparcamiento subterráneo. No había un alma y el estacionamiento estaba medio vacío, tan solo una vieja furgoneta y un Seat Ibiza acompañaban la soledad de su recién estrenado Volvo, concluyó al ver el estado en el que estaban que seguramente los habrían dejado abandonados allí.

No tuvo tiempo de abrir la puerta del vehículo, cuando sintió una presión sobre su boca y su nariz. Las vías respiratorias se llenaron de un fuerte e intenso aroma que hicieron que perdiera el conocimiento casi de inmediato,  la sacudida fue tan rapida, que ni siquiera fue consciente de que estaba siendo atacada.

Los parpados de Beatriz Poveda se abrieron lentamente, le dolía la cabeza y notaba que su paladar aún continuaba acorchado, tenía la boca seca y sentía un profundo dolor en las extremidades de su cuerpo. Cuando por fín logro abrirlos, se percató de que se encontraba en un lugar desconocido maniatada de pies y manos. Alguien la había secuestrado. El terror invadió de inmediato su mente analítica al observar que en el dormitorio donde se encontraba, alguien la vigilaba entre las sombras.
Quíso gritar pero mantuvo la calma. Tenía que ser fuerte, tenía que resistir por ella y por su familia.

Mala conciencia. Kelly Mordon.

— ¿Que quiere de mi?—Preguntó al desconocido.

—Ya nada. —Respondio el extraño.

—Pero… ¿Qué le he hecho yo? Es dinero, es eso ¿verdad? Escuche, yo no soy rica, solo soy una trabajadora normal y una madre de familia. El coche que ha visto me lo acabo de comprar y está financiado. —explicó asustada.

— ¡Deje de hablar! —grito el hombre.  —Me da asco escucharla.

—No entiendo, por favor. —Imploro la doctora llorando. —Si no me dice lo que quiere no sé porque me tiene aquí. Al menos podría aflojar las cuerdas, me duelen mucho las manos.

— ¿La duelen Dra. Poveda? Pues, eso no es nada comparado con lo que la voy a hacer sufrir. —Aseguro el captor.

 Beatriz Poveda trago saliva al escuchar al individuo decir su nombre y trató de visualizar durante unos instantes los dulces rostros de sus hijas, quizás, esa sería la última vez que pudiera verlas  aunque solo fuera en su memoria.

—Está pensando en su familia ¿verdad?  —Pregunto el extraño. —En lo importante que son para usted.

—Sí. —Contesto sollozando. —Por lo que más quiera, se lo imploro. Tengo dos hijas pequeñas, suélteme. Escuche, si lo hace le prometo que no se lo diré a nadie.

—Marta y Anna. —Sentencio el hombre.

Los nombres de sus hijas en boca del secuestrador retumbaron en la cabeza de Beatriz como una sentencia de muerte.

— ¿Como sabe los nombres de mis hijas? ¿Quién es usted? Como se le ocurra tocarlas le juro que…

— ¡Que! Doctora. ¿Que me va ha hacer? ¿Me va a matar? —Se regodeo él.

—Le juro que como las toque…Si, lo mato. —Argumento en un último acto desesperado.

—Jajajajajjajaj... matarme dice. Que usted me va a matar. Escuche señora, escucheme bien. Yo ya estoy muerto.

Durante unos minutos que parecieron eternos, ninguno de los dos emitió palabra alguna.
Repentinamente, el secuestrador cansado del silencio, lanzó algo que cayó lo suficientemente cerca de Beatriz Poveda para que pudiera verlo. Se trataba de una fotografía. En ella se mostraba la imagen de dos bebes que parecían gemelos.

—Son bonitos ¿verdad? —Afirmo el extraño.

—Si… lo son. Son muy bonitos. —Contesto la Dra. Poveda trato de colaborar con el secuestrador para conseguir escapar con vida. — ¿Son sus hijos? —Continuó con cautela.

—Si, son mis hijos. Esta es la primera foto que les saque nada más nacer. —La voz del captor se volvió quebradiza.

—Y… entonces, si usted es padre, entenderá como tiene que estar mi familia. Por favor hágalo por ellos, piense en sus hijos, se lo ruego. —Solicito de forma suplicante.

—Precisamente doctora, esto lo estoy haciendo por ellos. —Explicó. —Es curioso cómo te cambia la vida de la noche a la mañana ¿Verdad?

—Perdón. Pero sigo sin entender qué tiene que ver todo esto conmigo. —Confeso la Dra. Poveda temblando.

—Muy bien doctora, tiene razón acabemos con esto cuanto antes. —Apunto el extraño.

Beatriz Poveda cerró durante unos instantes los ojos al escuchar la frase condenatoria y entonces toda su vida paso por su mente. Cuanto tiempo despreciado en el trabajo, cuantos momentos inolvidables y tan cortos, cuantos enfados tontos.

Algo golpeo de nuevo su muslo y la sustrajo de sus cavilaciones, se trataba de otra fotografía. Observo con detenimiento la imagen que tenia frente a ella, se trataba de una mujer joven de aproximadamente unos 35 años con dos pequeños entre sus brazos. Hasta ahí todo normal, pero había algo, algo en ella que a Beatriz le resultaba familiar pero… ¿Qué era?

— ¿No le suena de nada? —Pregunto el captor inquieto.

—Pues…sí, creo que sí. Pero no estoy segura. —Confirmo la doctora.

—Es raro que no la recuerde, porque fue usted quien la destrozo la vida y por eso ahora está aquí, por eso la voy a hacer pasar el peor de los horrores.

—No por favor. No entiendo nada, yo no le he hecho daño a nadie. ¿Porque dice una cosa así? Usted se equivoca de persona. —Argumentó desesperada.

—No, Dra. Poveda no me equivoco en absoluto. ¿Sabe quién es? Ella es Miriam López.; su paciente. —Reveló el individuo con seguridad.

Un cumulo de imágenes hicieron aparición en los recuerdos laborales de la Dra. Beatriz Poveda, y entonces la visualizo. Se trataba de una mujer que había estado de baja por maternidad y depresión post parto. Ella le había dado el alta hacía poco.

—Sí, ahora la recuerdo. —Afirmo contundente. —Pero no sé porque dice que yo la destrocé la vida.

—Porque está muerta. Usted la mato. —Afirmo el secuestrador.

—Pero… Eso no es posible. Hace un mes la di el alta. —Contesto temerosa.

—Sabe que ocurre señora. Que ustedes los médicos, se creen Dios, no ven a las personas ni sus problemas. Para usted mi mujer no era nada más que un número de expediente. Ella le rogo, le suplico que la diera tiempo, que no podía regresar a su puesto de trabajo que aún no estaba preparada. Pero usted ni la miro. Solo se limito a firmar un alta cuando salió por la puerta. ¿Y sabe lo que hizo con eso doctora? Firmo su sentencia de muerte.

Beatriz estaba callada, escuchando e intentando asimilar lo que la acababan de decir. Tenía la garganta seca y la cabeza le daba vueltas y mas vueltas. No podía ser cierto, era una pesadilla. Ella no era la causante de la muerte de esa mujer. No podía serlo.

El extraño continúo su relato.

—Al poco tiempo de incorporarse al trabajo. Yo regrese a casa antes de lo normal. Mi mujer había salido de su jornada laboral y recogió como de costumbre a los gemelos que estaban al cuidado de mi madre. Cuando entre en casa todo estaba en silencio. Subí las escaleras y me dirigí hacia el cuarto de baño, sabía que era la hora de bañar a los pequeños y quería sorprenderlos. Pero el sorprendido fui yo.
Dentro de la bañera se encontraba mi esposa, hundida en un agua teñida de rojo, se había cortado las venas. Me abalance como un loco sobre ella e introduje mis brazos en ese mar muerto para sacarla y fue entonces cuando el mayor de los horrores me atrapo para siempre. En el fondo de la bañera estaban los cuerpos de mis dos hijos. Mi esposa los había ahogado antes de quitarse la vida. ¿Bonita historia verdad? Un poco cruel eso sí.

La Dra. Poveda estaba inmovil, lo que acababa de escuchar iba mas allá de la realidad. ¿Como era posible que no se hubiera dado cuenta del estado de esa mujer? Le horrorizaba pensar que todo había sido por su culpa, pero era cierto. Ella era la única culpable. Si tan solo se hubiera molestado en ahondar un poco más en la situación. Pero no, había demasiados expedientes que repasar.

Entonces recordó las palabras del secuestrador. Usted le destrozo la vida y ahora hare lo mismo con la suya.

—Me va a matar —pensó. — Voy a morir.

Sus pensamientos parecieron hacerse realidad, cuando la Beatriz Poveda, vislumbró en la penumbra de la habitación el cañón de un revolver apuntando en su dirección.

Lloro, imploro por su vida, grito alto, fuerte, desesperado.

—No por favor se lo ruego.

Entonces, el hombre que empuñaba el arma se dejo ver después de varias horas de secuestro. Tenía el rostro destrozado por la pena, los ojos hundidos de tanto llorar. Era la viva imagen de la desolación.

— ¿Lo ve, Dra. Poveda?, ¿Lo ve? Ahora puede disfrutar de su obra al completo. Y no lo olvide jamás. Usted y solamente usted es la responsable de la muerte de una familia. Viva con ello.

Un disparo acabo con su vida. Aquel padre de familia se había volado los sesos en un último acto de amor.

Cuando la policía encontró a la Dra. Beatriz Poveda después de varios días de busqueda, medio desnutrida y conviviendo con el cadáver del hombre. De su boca solo escucharon dos únicas palabras que la perseguirían el resto de su vida.

Mala conciencia.

Kelly Mordon autora del libro más buscado.

Mala conciencia. - (c) - Kelly Mordon

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Comentarios (1)

Antares

10/04/2014 13:57h

Increíble y fascinante relato. Más real que la realidad misma demasiada deshumanización y empatía que pasan factura. Hay muchas Beatrices desgraciadamente quedan sin castigo...

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