Erase una vez una niña...
Lo lamento, estas castigada sin salir al recreo — apuntó la maestra enfadada.
Ella, sin comprender el motivo de su encierro, calló y acercó su pequeña naricita al cristal de la ventana que daba al patio para observar como sus compañeros ajenos al dolor que estaba sintiendo jugaban divertidos.
Un reguero incontrolado de impotencia hizo acto de presencia en su infantil rostro.
La tutora, cansada por el esfuerzo de tratar de hacer entrar a la pequeña en razón, decidió concertar una entrevista con sus padres de forma inmediata.
Alertados por la llamada de la educadora los progenitores acudieron raudos al encuentro, pues les sorprendía que su princesa recibiera una amonestación. La niña siempre había destacado por su dulzura y disciplina.
Al traspasar el umbral de la puerta observaron a su hija, que se encontraba cabizbaja sentada en un pupitre con la mirada perdida.
En un rincón del aula, la profesora trataba de contener los nervios dando pequeños taconazos contra el suelo.
¿Qué está ocurriendo? —exclamaron preocupados.
La maestra se giro hacia ellos y extendiéndoles un folio en blanco, argumento. —Su hija…, que se niega a realizar los ejercicios para los exámenes.
Los padres asombrados ante la explicación de la docente se acercaron hacia la niña tratando de no alterar el espacio de soledad que la pequeña había creado a su alrededor.
La madre, levantó con cuidado el rostro de su hija y preguntó. — ¿Qué te sucede Kelly? ¿Por qué no quieres hacer los ejercicios?
La pequeña, tomó entre sus manos el folio en blanco que la profesora había colocado sobre la mesa y mostrándoselo a sus padres con seguridad, contestó. —Papa, mama ¿es que no os dais cuenta que es imposible escribir sobre una hoja que ya ha sido escrita?
Los tres adultos se miraron cómplices y convinieron sin palabras que Kelly, seria escritora.
(La imaginación es un lienzo en blanco repleto de imaginación)
Kelly Mordon.