Relatos cortos de terror. Nº10 "La casona de mama" · El libro más leido

Relatos cortos de terror. Nº10 "La casona de mama"

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(0) 18/07/2014 20:51h

La casona de mama.

Kelly Mordon. La casona de mama.

— ¡Te dije que lo conseguiría! Desconfiado. —Profirió María mientras colgaba el auricular del teléfono y sonreía sarcásticamente a su marido. — Ya tenemos nuestras ansiadas vacaciones. La casa es nuestra del 1 al 15 de Agosto.

—Genial, eres la mejor cariño. —Apuntó satisfecho Pedro. — Te debo una disculpa. Por un momento pensé que a estas alturas no lo lograrías. Sabes de sobra el año que llevamos y la verdad es que necesito salir de la rutina y tú también. Aunque solo se trate de 15 días nos va a venir genial cambiar de aires.

—Claro cielo, no se hable más. Vamos a hacer las maletas y mañana mismo nos ponemos rumbo a Asturias. —Indicó María.

—¿Cómo te han dicho que tenemos que pagarlo? ¿Era una agencia? y ¿Las llaves?—Preguntó Pedro de forma insistente.

—Tranquilo detective todo está en orden. —Replicó María frenando su interrogatorio. —A decir verdad yo también estoy un poco sorprendida, pensé que se trataría de una inmobiliaria la encargada de alquilar la casa, pero no. Me ha atendido la dueña, una señora muy amable. Por su tono de voz parece mayor. Me ha dicho que nos espera allí para darnos la llave y que la podemos abonar en el momento.

—Bueno, pues no hay más que hablar pongámonos en marcha. —Contestó Pedro.

El trayecto se hizo pesado, las intermitentes caravanas de coches y el calor no facilitaron el viaje. Cuando estaban a punto de gritar de desesperación  y después de haber sorteado interminables montañas plagadas de curvas, vieron un cartel que señalaba el lugar donde se encontraba La casona de mama.

— ¡Por ahí es! —Gritó María entusiasmada.

Pedro se sobresalto al escuchar la voz de su mujer y de un volantazo cogió el angosto camino que les conducía hacia la casa.

—Uhhauu. —Expresaron al unísono al bajar del coche. Un impresionante acantilado a sus pies les dio la bienvenida.

— ¿No crees que esto es demasiado grande para nosotros solos? —Pregunto Pedro, observando el tamaño del caserón que se cernía a su espalda. —Espero que tu dulce ancianita no se haya equivocado con el precio, después de todos los kilómetros que nos hemos hecho soy capaz de acampar aquí mismo. Además… las vistas son inmejorables.

—No, no creo. —Respondió María dudosa al comprobar la extensión del terreno. —Venga, vamos cariño que nos estará esperando. —Replicó tirando del brazo de Pedro que aún continuaba con la boca abierta.

Apenas escucharon un leve crujido cuando se abrió la puerta de la entrada a la casa, el viento que provenía del acantilado se había convertido en el gran protagonista del entorno.

—Buenas tardes. —Dijo la mujer alzando la voz. —Espero que hayan tenido un buen viaje. Pasen, pasen por favor.

El matrimonio accedió al interior de la casa con cautela.

—Hola, soy María y este es mi marido; Pedro. Usted debe ser Piedad ¿verdad? La dueña de la casa, encantada. —Dijo extendiendo su mano hacia la anciana a modo de saludo.

—Si así es, yo soy la dueña de la casona de mama. Espero que disfruten de unos días de tranquilidad en este maravilloso lugar, aquí tienen las llaves. —Explicó ofreciendo un llavero a María. —Y no se preocupen por nada yo vivo en el pueblo que hay a 5 km de la casona. Cualquier problema que tengan no duden en hacérmelo saber y acudiré lo antes posible.

—Esperemos que no. —Respondió María sonriendo mientras de reojo observaba el tamaño del salón. —Perdone Piedad por simple curiosidad. ¿Cómo es que teniendo una casa tan grande y la posibilidad de albergar a muchas personas ha preferido alquilársela solo a dos?

—Ayy  Hija mía…Esa es la eterna pregunta de todos los que pasan por la casona de mama. —Respondió Piedad suspirando. —Verás… Precisamente por lo grande que es, he tenido que cerrar algunas de las habitaciones con los objetos personales de mis hijos. Antes vivíamos aquí, en familia. Pero a medida que fueron creciendo… ya sabes, primero la universidad luego los novios, matrimonios y finalmente los niños. En fin… que de una multitud que corría por estos pasillos y una casa llena de vida, solo ha quedado esta pobre vieja.

— ¿Es usted viuda? —Pregunto Pedro mientras recibía una mirada escrutadora de María por la indiscreción.

—Si, así es. —Afirmó compungida. —Un terrible accidente… Pero bueno dejémonos de penas, ustedes han venido a divertirse y descansar. Ya saben, durante 15 días la casona es totalmente suya, disfrútenla. — Piedad dio media vuelta y se dirigió hacia la salida dando por zanjada la conversación.

—Un momento. — Dijo María extendiendo hacia ella un sobre. —Se le olvida el dinero del alquiler.

—Ahh, por eso no te preocupes ya arreglaremos cuentas cuando os marchéis. —La mujer cerró de un portazo dejando a la pareja atónita con lo aconteciendo.

—Bueno ya has escuchado a Morticia. —Se carcajeó Pedro dando un sonoro cachete en el trasero de su mujer. —Venga cielo vamos a disfrutar un poco seguro que hay mucho que ver en este lugar.

La estancia resulto ser tal y como ellos la imaginaron. Tuvieron tiempo para descansar, recorrer los senderos de alrededor, leer e incluso echarse largas siestas acompañados por el sonido de las olas chocando contra las rocas. Sus días estuvieron plagados de amor, complicidad y sexo.

—Yo nada. Esta mañana estaban ahí. —Respondió Pedro desde la planta baja.

— ¿Y tú? ¿Has visto por algún sitio mi móvil? Llevo tres días buscándolo y no hay manera. Es como si se hubiera esfumado.

María trago saliva al recordar repentinamente todos los objetos personales que había echado en falta a lo largo de los días y que en un principio no dio importancia. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo al pensar quien se los habría llevado.

De pronto, un golpe seco sonó en la habitación de al lado.

— ¿Cariño has sido tú? —Preguntó María dirigiendo sus pasos hacia el origen del sonido. Pero Pedro ya se encontraba frente a la puerta.

—Ha salido de ahí. —Dijo él susurrando.

—No puede ser. —Respondió ella. —Ahí no hay nadie y no creo que sean los siguientes inquilinos Piedad no nos ha avisado y nuestra reserva es hasta mañana

—Bueno tranquila seguro que se trata de una corriente de aire que ha movido alguna caja en el interior. Venga vamos a seguir con las maletas.

Repentinamente un chillido ahogado emergió de la habitación atravesando la puerta y haciendo que el corazón de ambos latiera con fuerza. María sintió que sus piernas se debilitaban y sus ojos comenzaron a humedecerse.

—Eso no ha sido el aire, Pedro. En esa habitación hay alguien.

Antes de terminar la frase, alguien en el interior de la habitación comenzó a pedir auxilio.

Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando Pedro de una sola patada hizo saltar el cerrojo de la puerta y miles de pequeñas astillas se esparcieron por el suelo. Lo primero que percibieron fue el terrible hedor a putrefacción que inundaba la habitación y ahora el pasillo, ambos se echaron las manos en un acto reflejo a la boca tratando de contener el vomito.

En un rincón del dormitorio se encontraban dos personas semidesnudas. Se trataba de un hombre y una mujer claramente desnutridos que se tapaban los ojos tratando de minimizar la entrada de luz en sus pupilas. Su única compañía eran sus propios excrementos y unos cuencos que parecían contener restos de comida y agua. Una cadena gruesa que salía de la pared apresaba sus tobillos.

—Dios mío. —Grito Pedro, mientras María se giraba hacia el pasillo para vomitar. —¿Que es esto? ¿Quiénes son ustedes? —Interrogó desesperado.

El hombre con un pequeño hilo de voz, alzó una mano.

—Ayúdennos, por favor. Llamen a la policía se lo ruego. Si regresan será demasiado tarde para todos.

—Tarde para que. ¿Quién va a regresar? —Dijo inquieto.

—Ellos. Están locos. —Respondió el desecho de mujer que se encontraba tirada al otro lado del hombre.

Un golpe seco fue lo último que sintió Pedro en su cabeza. Cuando se despertó, percibió de nuevo el mismo hedor nauseabundo de antes, a su lado se encontraba María con la cara humedecida en lágrimas y los ojos perdidos.

—¿Cielo que te pasa? —Pregunto desesperado mientras trataba de recordar lo ocurrido.

—Déjela, será mejor así. —Pronunció alguien entre las sombras.

Pedro reconoció de inmediato la voz del hombre que unos instantes antes había pedido ayuda.

—¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? —Interrogó nervioso.

—Estamos en casa. —Contesto María completamente ida.

— ¿Por qué dices eso cariño? ¿Qué te pasa? —Dijo Pedro agarrando los hombros de su mujer.

De pronto, el cerrojo de la puerta se abrió. Tras ella dos figuras hicieron acto de presencia. Una de ellas sostenía una bandeja llena de cuencos, se trataba de Piedad; la dulce ancianita. La acompañaba un hombre con la cara desfigurada que emitía gruñidos mientras babeaba el suelo por la falta de sus labios.

— ¿Qué broma es esta? —Grito Pedro tratando de quitarse los grilletes de los tobillos.

—No es una broma hijo, déjate de tonterías. —Indicó Piedad. —Tú y tus hermanos siempre estáis igual. Tendríais que agradecernos a tu padre y a mí que os dejemos vivir aquí con vuestras parejas. Además, no pretenderás que me ocupe yo sola de vuestro padre ¿verdad? Mira como esta desde el accidente. Somos una familia y debemos estar siempre juntos. —Después se agacho y deposito los cuencos en el suelo. —Ahhh casi se me olvida. —Mañana viene vuestra hermana con los niños, veras que contenta se va a poner cuando os vea. —Después sin más desapareció tras la puerta.

—Pedro apenas reaccionaba. Pero con el poco valor que le quedaba, sujetó la mano de su mujer y dirigiéndose hacia el desconocido le preguntó.

— ¿Los mató a todos verdad?

 El hombre bajo la mirada y asintió.

—¿Cuántos hijos tenia?

—Ocho, tenía ocho y … También trece nietos.

El timbre del teléfono se escuchó como ruido de fondo.

—Si, si. Tranquilos no tiene perdida. Si... claro. Por supuesto que tenemos cuna, ya verá que bien lo van a pasar ustedes y los niños en La casona de mama.

Kelly Mordon. Autora del libro del año.

La casona de mama. - (c) - Kelly Mordon

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