Relatos cortos de terror. Nº2 "Sola" · El libro más leido

Relatos cortos de terror. Nº2 "Sola"

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(0) 27/01/2014 14:37h

Sola

El vehículo marca Cadillac freno su recorrido frente al garaje del 123 de Porter St.

Pamela, bajo con cierta dificultad del coche pues su falda de tubo no le permitía grandes movimientos. Recogió la compra del maletero y dirigió sus pasos hacia la entrada de la casa.

Apenas tuvo tiempo de abrir la puerta, cuando algo se abalanzo sobre ella sin darla tiempo a reaccionar. Irremediablemente, el paquete que llevaba entre sus brazos cayó estrepitosamente derramando su contenido por todo el pasillo de la vivienda.

—¡Por amor de Dios! —grito. —¿Cuántas veces te tengo que decir que no saltes de ese modo? Mira lo que has hecho  Bobby.

El pastor alemán se revolvía alegremente a su alrededor emitiendo pequeños gruñidos, mientras intentaba a toda costa alcanzar el rostro de su dueña para propinarla un lametazo.

—Si, si, entendido. Yo también me alegro mucho de verte pese a que he tenido un día de perros en la oficina. —Durante unos instantes, dejó de recoger y miró con los ojos llenos de ternura a su compañero canino. —¿No me tomes a mal esta última frase, vale? Pero mira qué hora es y tu no paras de entretenerme. Venga Bobby, pongámonos en marcha que mañana tengo un día muy largo y he quedado a comer con las chicas.  —Pamela se incorporó y asestó un sonoro cachete en el lomo del perro para que éste la siguiera.

Bobby, entró en su vida en el momento justo. Hasta su llegada, no había sido consciente de que se podía estar acompañada sin necesidad de tener que dar explicaciones.

Hacía ya un año que Paul se habia marchado. Al principio le costó acostumbrarse a la ausencia de su marido. Los diez años a su lado y la comodidad de creer que siempre estarían juntos, acabaron con la pasión y el amor que se tenían el uno al otro. Una mañana mientras desayunaban, se miraron a los ojos y no hicieron falta palabras. Dos días después, todas las pertenencias de Paul habían desaparecido junto a él.  En el fondo resultó ser un alivio para los dos. 

El vapor del agua hirviendo que desprendía la cacerola, avisó a Pamela de que estaba preparada para recibir la pasta. Aunque no era lo más recomendado para una cena, esa noche necesitaba un apoyo extra de hidratos de carbono.

Mientras observaba como los espaguetis mantenían una peculiar lucha entre la ebullición. Se sirvió una copa de vino tinto y encendió la radio. Era una fiel amante de los aparatos radiofónicos frente a la televisión, costumbre que había heredado desde pequeña. Así que sin más, se dispuso a escuchar las últimas noticias.

La dulce voz de una locutora se hizo presente en la cocina acompañando la sobremesa.

—A primera hora de esta mañana ha escapado un enfermo del Hospital Mental de Boston tras una brutal agresión a un residente. Su nombre es Adrian Lang, más conocido como por el asesino del bosque por matar a sangre fría a toda su familia con un hacha. Las últimas noticias le sitúan en la zona de Somerville. Rogamos a los vecinos que extremen las precauciónes. Cierren puertas y ventanas y bajo ningún concepto, permitan la entrada a ningún desconocido. Repetimos. El agresor es muy violento y continúa en tratamiento psiquiátrico. Si conoce su paradero, póngase de inmediato en contacto con la policía.

No fue hasta pasado unos minutos, cuando Pamela se percató de que el chupito de vino de su boca había permanecido demasiado tiempo en ella perdiendo todo su sabor afrutado.

—Lo que nos faltaba —Exclamó en voz alta, al mismo tiempo que cogía el manojo de llaves de un cajón, dispuesta a cerrar todas las puertas de la casa.

—Bobby, este es el momento de estar alertas ¿de acuerdo? —Un ligero temblor recorrió su cuerpo al pensar que el agresor pudiera encontrarse cerca.

La cena resultó ser un desastre. El cansancio y la noticia de que un loco andaba suelto no ayudaban en absoluto a su aparato digestivo.

Recogió los platos y después de darle a Bobby su ración de pienso, se dirigió a la planta superior para darse una ducha. Este sería el final perfecto de un día imperfecto.

El perro siguió sus pasos y como cada día, espero a que su dueña saliera de la bañera tumbandose sobre la alfombra del baño. Pamela se preguntaba que tendrían esos felpudos que atraían de forma sistemática a los perros impidiendo la salida de sus dueños del aseo diario.

Se tomo su tiempo antes de abandonar el cuarto de baño. Despues, cogió un libro de la estantería que se encontraba en el dormitorio antes de meterse en la cama. Otra de las costumbres que no estaba dispuesta a modificar, pues no podía dormirse sin leer aunque fuera un único capitulo.

Las cortinas del dormitorio danzaban ligeramente y una pequeña brisa llego hasta ella.
Hacía un calor sofocante así que, pese a las inquietantes noticias que había escuchado, se negó a cerrar la ventana. Ademas, salvo que el agresor  fuera un superhéroe, no podría acceder hasta el dormitorio y ya se había asegurado de cerrar las puertas y ventanas de la planta baja.

Bobby ya se había acurrucado en su sitio de siempre, bajo los pies de la cama. Pamela sabía que si lo hubiera permitido el perro dormiría junto a ella, pero eso era algo que había tenido claro desde el día que entró, ante todo educación. Aunque aquella noche era distinta, especial, Pamela tenía miedo, tanto, que no le hubiera importado compartir su cama con el animal.

Apago la luz. La respiración de Bobby se escuchaba en el silencio de la habitación y se mezclaba a intervalos con el canto de los grillos. Ella aún permanecía con los ojos abiertos pese al sueño que tenía. Las ramas de los arboles del exterior creaban formas abstractas en el techo del dormitorio y Pamela trataba de entretenerse averiguando a que se parecian.

De pronto, sintió que algo rozaba su mano derecha que sobresalía de la cama, así que de un brinco se sentó y encendió la luz de la lámpara de la mesilla. Bobby se encontraba a su lado, él, era el culpable de que su mano estuviera humeda. Se fijó en la hora que marcaba el despertador indicaba las 3 de la madrugada.

—Bobby ¿que te pasa? Aún no es la hora de levantarse. El pastor alemán tenía el hábito de despertarla todas las mañanas lamiendo su mano, pero en esta ocasión aún no había amanecido.

El animal la miraba inquieto y con su hocico caliente se aproximaba una y otra vez a su pierna desnuda.

—Está bien Bobby  vamos a ver qué te ocurre, bajaremos los dos y revisaremos todo de nuevo. Parece ser que no soy la única que tiene insomnio esta noche.

Pamela, se calzó las zapatillas y pese a que tenía una linterna en la mesilla, prefirió ir encendiendo una a una todas las luces de la casa mientras comprobaba cada rincón. Su fiel amigo la perseguía como una sombra.

Apostó por subir de nuevo y tratar de dormir, pues todo estaba en orden.

Una vez más, en la oscuridad de la noche, los lametazos de Bobby se hicieron notar. Esta vez la pereza hizo que Pamela tratara de calmar al perro desde su posición en la cama.

—Vamos Bobby, ¿Qué te pasa hoy? No seas pesado y regresa a tu sitio.

Pero los lengüetazos se repetían una y otra vez.

La mano de Pamela comenzó a estar repleta de babas, pero el cansancio podía más que la necesidad de levantarse a limpiarla.

—Bobby por lo que más quieras, para de una vez. —Expresó, enfurecida.

Trató de calmar al animal de nuevo y comenzó a acariciar la cabeza del perro. Pero a medida que la iba recorriendo su corazón comenzó a latir con fuerza, el terror se apoderó de ella y sus parpados se abrieron tanto que dejaron expuestos los globos oculares en todo su esplendor. Giró despacio su rostro  hacia el animal, pero la oscuridad de la habitación no le permitía distinguirlo.
Mientras, Bobby continuaba con su cometido, lamia una y otra vez la extremidad de su dueña que apenas notaba debido a la fricción.

Lentamente, acerco su mano libre hacia la lamparita de la mesilla y acciono el botón.

Lo que descubrió al encenderla fue aterrador.

Postrado de rodillas, un hombre chupaba una y otra vez su mano derecha, los ojos enrojecidos del demente la miraban fijamente mientras ella permanecía inmóvil enfrentándose al rostro de la locura, del más puro de los horrores, de la mismísima muerte.

En la oscuridad de la noche, el chillido ahogado de una mujer se entremezcló con el canto de los grillos.

Sola Kelly Mordon autora del libro mas buscado.
Kelly Mordon autora del libro más buscado.

Sola. - (c) - Kelly Mordon

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